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Diana Toledano |
Creyendo que la luz de la luna puede ser atrapada, Lidia colocó un frasco en el jardín. Al no ver resultados, lo llevó al colegio y explicó a su única amiga sus intenciones. La compañera rió tan fuerte que pronto otros se sumaron y todo el curso se burlaba de Lidia. Esa tarde tiró el frasco a la basura. Los días continuaron indiferentes y grises. Hasta que, una mañana, el compañero que le gustaba empezó a llamarla dulcemente “LuzdeLuna”. ¡No lo podía creer! Esto la convenció de que no hay imposibles y volvió a poner un frasco en el jardín.
¿Imposibles?... ¡Jamás!
ResponderEliminarBonito relato.
Abrazo Julio.
Que pena que la vida no sea tan bella como el cuento...
ResponderEliminarTodos los deseos son posibles...
ResponderEliminarUn abrazo.
Esos deseos infantiles tienen su lógica, aunque la realidad luego dicte su sentencia inapelable. Mientras, todo es posible
ResponderEliminarMe gustó mucho. Un abrazo
Fe y esperanza....
ResponderEliminarHola Julio, aunque cuente muchas veces, al final por que no?, nunca se debe perder la esperanza.
ResponderEliminarBesos.
Lo que alguna gente ve en en nosotros como locura, otra lo ve como algo que nos hace únicos. Besotes!!!
ResponderEliminarEsa sensibilidad la hizo irresistible.
ResponderEliminarSaludos.
Tierno y esperanzador, qué bien viene en estos días.
ResponderEliminarUn abrazo, Julio.
El amor todo lo puede
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