Caminaba distraído por la plaza del pueblo, cuando de pronto
una mano tres veces más pequeña y todavía más joven y tersa que la suya, apretó
con delicadeza sus dedos.
"¿Usted
es mi abuelito?", preguntó el niño. "No, no lo soy", respondió
el hombre sonriendo. "¿Estás perdido? ¿Te ayudo a buscarlo?". Y tomados
de la mano emprendieron un paseo.
Minutos después el niño señaló a una mujer
sentada en un banco. “Esa es mi mamá”, le dijo el pequeño. Y se lo volvió a
repetir. “Señor, lléveme con mi mamá”. Y otra vez. “¡Suélteme, me quiero ir con
mi mamá!”.