Desde que su pareja la dejó, que se dedica a cultivar la tierra. Le ha servido de terapia hacerse cargo del jardín que por tanto tiempo descuidó, regando con alguna que otra lágrima, alegres constelaciones de tulipanes que le apaciguan la melancolía con su fragancia.
Cierto atardecer, cargando un manojo de estos hacia su dormitorio, escuchó la voz del novio decirle "dejaste caer uno". Al girarse, vio la sombra del hombre extendiéndoselo. Pero lo rechazó: y no por miedo al suponer que se volvía loca, sino porque no podía ser coincidencia que precisamente la flor que le entregaba estaba marchita.
Curioso relato... Da que pensar.
ResponderEliminarSaludos.