El breve resplandor basta para detenerlo. Cuidando siempre sus movimientos para no alertar a nadie (a pesar de encontrarse solo), se gira de vuelta hasta la ventana. Sumido en la taquicardia y la curiosidad por igual, no alcanza a alzar la vista al cielo, cuando una monstruosa onda expansiva no solo silencia las voces multiplicadas por las calles, sino que también lo hace trastabillar hacia atrás y caer entre confusiones. Luego lo comprende: nunca sospechó que sería tan brutal el encontronazo entre el misil y el cometa que se dirigía a la Tierra.
Superada la conmoción, se roba una alcancía.